
Día Uno
Es un miércoles seis de agosto y aquella casa que hábito en las noches, esta poblado por ojos y oídos hambrientos por escuchar el virtuosismo de esos músicos amigos que desean darnos una noche de placer sonoro. Todos aquí son conocidos, todos aquí son íntimos, nos une la causa de un hogar para la creación. Y ver este lugar habitado por un publico que cree en la lucha, emociona nuestros corazones, sabemos que hay un apoyo emocional a distancia que levanta su voz pidiendo más para su imaginación, que muchas veces se ve troncada por la realidad. Esa misma noche rondaron fantasmas en las pequeñas habitaciones de la casa, pero eran parejas de espectros, escondidos para amarse. También la famosa habitación del pánico, se incendio en agradecimiento, y su humo comunicaba en una clave que muy pocos entendíamos y que anunciaba su felicidad por revivir estas paredes de antaño.
El teatro mágico también pudo jugar sus efectos psicológicos dentro un publico, que sin darse cuenta se entregaba a una dinámica infinita, a que hermosos rostros de asombro al ver como el lenguaje se los devoraba, ni siquiera sentían los colmillos atravesando su razón, lo único que sentían era miedo y rabia, estaban asqueados de dar vueltas en el símbolo del infinito que observaban sin perder detalle. Luego vino la calurosa voz de un amigo poeta para calmar el desborde de sensaciones. Y la voz fue meciendo los cuerpos y la conciencia, hasta dejarlos en un trance de frágil descanso. Ya la hora de mover los pies ha llegado. Es el instante justo para apagar las cabezas. Dormimos.
Día Dos
Jueves siete de agosto y la cosa aun continua dando tumbos por ahí en los corredores, hoy como el día anterior, es especial, hoy se toma guaro en compañía de un viajero escénico. Es un joven con posición segura en el cuerpo y en lo que dice, penosamente lo que expresa da cuenta del lugar en que anda, es en un laberinto de rosas rojas, y el solo ve las rosas, no ve los caminos de su propio embrollo. Largas conversaciones se gestan a medida que el licor calienta las cabezas, con el pasar del tiempo y de la noche, se ponen muy calurosas, tanto que todos quieren hablar al tiempo, sin saber que finalmente nadie escucha a nadie. Solo suenan balbuceos que rompen con el silencio que otras veces propone la casa. Y hoy los lazos se hacen delgados al inicio y fuertes al final. Una despedida, un ultimo trago, una ultima mirada a los ojos y dormimos.
Día Tres
Viernes ocho de agosto. Hoy mis sensaciones no intuyen nada, precisamente mi cuerpo esta tendido en mi habitación, presumiendo un viaje, no hay dinero, esta la invitación, esta el animo, pero hay una quietud en la posibilidad que anda tras de mi. Un alma que nunca me abandona, se acerca a mi cueva y de una manera bastante generosa y amorosa extiende su mano y levanta mi espíritu de vieja con un puñado de billetes que guardaba para mí ya hace días. Me dice: “el gusto por vivir es algo que nunca voy a arrebatar de tú forma de ser, por que reconozco que eres el ser que mas ama vivir”. Estas palabras son un gozo para mi y un aliento para el recorrido que viene sin cesar, como el cause de un frondoso río. Son las siete de la noche, y comienzo a correr contra el tiempo, que pareciera siempre ser un enemigo al acecho día tras día. La gran ciudad me espera, y abandono por un tiempo la cuna y las montañas que a diario me vigilan.
Bajo del ataúd que cruza la ciudad y comienzo a correr como un desesperado sediento de ver arte escénico, me espera un teatro de viejos cuerpos y de pensamientos nuevos. Atravieso seis cuadras en todo el centro de Medellín, una de esas cuadras es la avenida oriental, siempre le he temido a esa gran calle, por que todo corre velozmente, como hombres apresurando su muerte, entre mas aligerado vive un ser, mas pronto llega su despedida.
Cruzo la calle metido entre un cardume de peces, por que mi temor es poderoso, por que mi temor a la ciudad es inmenso, me parece que aquí muchas cosas no son muy tranquilas, no gozan de la cercanía a un árbol sano y a un aire fresco. Llego agitado a la puerta del templo, cortésmente un hombre de cabellera larga me permite entrar rápidamente, voy directo a las sillas del público, me entrego al juego nocturno que regalan estos cuerpos hechos vehículos para espíritus literarios y sueño con ellos.
La imagen sedujo todas las mentes, la poesía alimento a un buen público y los actores hipnotizaron a todos los presentes, incluyéndose ellos mismos. Saben manjar de una manera bastante romántica este arte, que solo se construye con la vejes y con el paso de muchos obstáculos.
Ya la obra ha terminado, no imaginaba lo que acontecería ese resto de noche, pero ya había tenido bastantes sorpresas. El “Bar” de este templo es hermoso, tiene migajas del pasado regados por todas las paredes, hasta los baños tienen escrita su historia. Parezco un niño que visita por primera vez un museo o algo parecido. Me siento en una mesa solo, por que los personajes que me invitaron tienen cosas que hacer, y yo aprovecho para deleitarme como extranjero con algo nuevo. Las mujeres rondan de aquí para allá, en esta enorme casa, y solo puedo enviar miradas insinuadoras, ya que no soy muy buen galán.
Comienza a llegar gente que nunca espere volver a ver, y disfruto de la buena compañía, de la cortesía de muchos tragos ofrecidos. Uno de los tantos personajes que ya compartían mesa conmigo, por ser un extraño silencioso, además de un invitado, me convida a dar una vuelta por el centro de Medellín, quiero romper con el miedo y acepto la propuesta. Recorremos seis cuadras exactamente, entre desechables, olores a marihuana y smoke, llegamos a un parque que es llamado el periodista, allí nos sentamos a intercambiar palabras, hablamos de drogas, de mujeres, de poesía, de teatro y de planes futuros. Ya doy cuenta de cuan larga fue la conversación. Nos tomamos unas cuantas cervezas y se arrima un tipo con un rostro bastante peculiar –a mil quinientos el porro- mi compañero de viaje, que parecía ser mas bien mi guía, respondió con un tono bastante seguro –déme cuatro-el hombre clandestino se va y regresa con la droga. Mi amigo comienza fumar a botar y botar bocanadas de humo natural, me pasa la hierba de la madre que pisamos a diario y fundo en un lugar poco usual para mis sentidos, me empiezo a transformar en un ser mucho mas atento, las miradas de todos los presentes en ese parque casi no importan, los olores ya parecen agradarme y las palabras de mi guía las siento más amigables, más intimas. En ese estado decidimos devolvernos, seis cuadras, seis cruces, seis posibles muertes, seis segundos, seis pensamientos, mas de seis emociones, me agito. Estamos de nuevo en las puertas del teatro.
Al entrar vemos a unos viejos con vestidos blancos, con sombreros colombianos y con instrumentos al hombro. Había una mesa grandísima dispuesta para los invitados, que eran recién llegados. Eran hombres viejos con caras de sabios, con una piel arrugada que formaba montones de bocas que hablaban del pasado.
Mientras yo los observaba con curiosidad de bebe, alguien me toco el hombro, era mi anfitrión, me invito a muchos tragos de aguardiente y me llevo a conocer el resto de su templo de creación, empezamos a recorrer los laberinto que se escondía tras bambalinas, yo debía sostenerme de las paredes para no perderme ninguno de los detalles que encontraba, por que parecía que cada uno de ellos me tragaba. Nos sentamos en una terraza, a la cual llaman el aeropuerto, seguramente allí a través del paisaje nocturno de Medellín, más de uno termina en tejados ajenos, y sobrevolando callejuelas para encontrar algo, que explique el caos y el aceleramiento de esta pequeña metrópolis Antioqueña. Fundo mas conciencia, y más agudos, y más certeros se vuelven mis sentidos. Vamos de nuevo a la planta baja, nos sentamos fumamos mas cigarrillo, tomamos mas licor y... de una manera sorpresiva, aquellos viejos comienzan a tocar. Todos los que estábamos allí nos pusimos de pie, se nos iluminaron los ojos, la sonrisa nos dio tres vueltas por todo el cuerpo, como una corona de hombres felices.
Mis lagrimas saltaron de mis ojos, de inmediato las seque, estaba extasiado, todo mi cuerpo se unía a la armoniosa música de antaño, nos hacían renacer, nos enviaban de regreso a el pasado, con nuestros ancestros, todo a través de la música, de un sonido puro y real. Gaitas, tambores, maracas y la vos de un sabio, que narraba hermosas historias. Nos sentíamos vivos, nos mirábamos, y luego, como por un acto de magia nos abrazábamos. Estábamos hechizados, estábamos en trance, estábamos en ritual de existencia. Y yo volaba complacido. Creo que no alcanzo a describir tantas cosas que sentí, me queda corta la palabra. Duramos horas en ese estado, en ese sueño que ninguno quería que terminara.
Finalizo la noche. Partieron los viejos y llego el amanecer, fuimos a casa de mi anfitrión a fumar unos ricos cigarrillos cubanos y ha conversar. Hora de descansar, hora de reposar y repasar todas estas cosas. Dormimos.
Día Cuatro
Me levanto después de dormir tan solo tres horas, y recuerdo mi compromiso de viaje con mi hermano. Me despido de mis anfitriones y de los nuevos amigos, les agradezco tanta belleza. Comienzo entusiasmado un nuevo día en el centro de Medellín, otra vez el ataúd, otra vez caras largas en las calles, otra vez espíritus errantes y llego a girardota. Un baño, un bocado de comida y arranco con mi hermano conversación de mi noche, lo canso un poco de toda mi narración. Llegamos a otro concierto, allí escuchamos música para el baile y el cortejo. La autoridad interrumpe todos los instantes y este no era diferente. Vemos muy asustados como en pleno disfrute, la autoridad golpea a un joven que participa de esta tarde y gritamos como pueblo unido – ¡Hijueputas, Hijueputas, Hijueputas!- me recorrió un escalofrió de ver como la tragedia y la injusticia podría unir a un montón de desconocidos. Termina el caos y sigue la fiesta de la música en los movimientos de los asistentes. Regresamos mi hermano y yo tras celebrar nuestro lazo familiar en esa tarde. Estamos en girardota, él aun con el ánimo y la ansiedad de continuar la fiesta, y yo, ya agotado, casi como un viejo aguafiestas. Le digo adiós a la noche que llega, y me entrego a la reflexión de todos estos días, en mi cama, en mi papel y en mis sueños. Duermo, descanso, me aliviano y completo el final de estos cuatro días.
Es un miércoles seis de agosto y aquella casa que hábito en las noches, esta poblado por ojos y oídos hambrientos por escuchar el virtuosismo de esos músicos amigos que desean darnos una noche de placer sonoro. Todos aquí son conocidos, todos aquí son íntimos, nos une la causa de un hogar para la creación. Y ver este lugar habitado por un publico que cree en la lucha, emociona nuestros corazones, sabemos que hay un apoyo emocional a distancia que levanta su voz pidiendo más para su imaginación, que muchas veces se ve troncada por la realidad. Esa misma noche rondaron fantasmas en las pequeñas habitaciones de la casa, pero eran parejas de espectros, escondidos para amarse. También la famosa habitación del pánico, se incendio en agradecimiento, y su humo comunicaba en una clave que muy pocos entendíamos y que anunciaba su felicidad por revivir estas paredes de antaño.
El teatro mágico también pudo jugar sus efectos psicológicos dentro un publico, que sin darse cuenta se entregaba a una dinámica infinita, a que hermosos rostros de asombro al ver como el lenguaje se los devoraba, ni siquiera sentían los colmillos atravesando su razón, lo único que sentían era miedo y rabia, estaban asqueados de dar vueltas en el símbolo del infinito que observaban sin perder detalle. Luego vino la calurosa voz de un amigo poeta para calmar el desborde de sensaciones. Y la voz fue meciendo los cuerpos y la conciencia, hasta dejarlos en un trance de frágil descanso. Ya la hora de mover los pies ha llegado. Es el instante justo para apagar las cabezas. Dormimos.
Día Dos
Jueves siete de agosto y la cosa aun continua dando tumbos por ahí en los corredores, hoy como el día anterior, es especial, hoy se toma guaro en compañía de un viajero escénico. Es un joven con posición segura en el cuerpo y en lo que dice, penosamente lo que expresa da cuenta del lugar en que anda, es en un laberinto de rosas rojas, y el solo ve las rosas, no ve los caminos de su propio embrollo. Largas conversaciones se gestan a medida que el licor calienta las cabezas, con el pasar del tiempo y de la noche, se ponen muy calurosas, tanto que todos quieren hablar al tiempo, sin saber que finalmente nadie escucha a nadie. Solo suenan balbuceos que rompen con el silencio que otras veces propone la casa. Y hoy los lazos se hacen delgados al inicio y fuertes al final. Una despedida, un ultimo trago, una ultima mirada a los ojos y dormimos.
Día Tres
Viernes ocho de agosto. Hoy mis sensaciones no intuyen nada, precisamente mi cuerpo esta tendido en mi habitación, presumiendo un viaje, no hay dinero, esta la invitación, esta el animo, pero hay una quietud en la posibilidad que anda tras de mi. Un alma que nunca me abandona, se acerca a mi cueva y de una manera bastante generosa y amorosa extiende su mano y levanta mi espíritu de vieja con un puñado de billetes que guardaba para mí ya hace días. Me dice: “el gusto por vivir es algo que nunca voy a arrebatar de tú forma de ser, por que reconozco que eres el ser que mas ama vivir”. Estas palabras son un gozo para mi y un aliento para el recorrido que viene sin cesar, como el cause de un frondoso río. Son las siete de la noche, y comienzo a correr contra el tiempo, que pareciera siempre ser un enemigo al acecho día tras día. La gran ciudad me espera, y abandono por un tiempo la cuna y las montañas que a diario me vigilan.
Bajo del ataúd que cruza la ciudad y comienzo a correr como un desesperado sediento de ver arte escénico, me espera un teatro de viejos cuerpos y de pensamientos nuevos. Atravieso seis cuadras en todo el centro de Medellín, una de esas cuadras es la avenida oriental, siempre le he temido a esa gran calle, por que todo corre velozmente, como hombres apresurando su muerte, entre mas aligerado vive un ser, mas pronto llega su despedida.
Cruzo la calle metido entre un cardume de peces, por que mi temor es poderoso, por que mi temor a la ciudad es inmenso, me parece que aquí muchas cosas no son muy tranquilas, no gozan de la cercanía a un árbol sano y a un aire fresco. Llego agitado a la puerta del templo, cortésmente un hombre de cabellera larga me permite entrar rápidamente, voy directo a las sillas del público, me entrego al juego nocturno que regalan estos cuerpos hechos vehículos para espíritus literarios y sueño con ellos.
La imagen sedujo todas las mentes, la poesía alimento a un buen público y los actores hipnotizaron a todos los presentes, incluyéndose ellos mismos. Saben manjar de una manera bastante romántica este arte, que solo se construye con la vejes y con el paso de muchos obstáculos.
Ya la obra ha terminado, no imaginaba lo que acontecería ese resto de noche, pero ya había tenido bastantes sorpresas. El “Bar” de este templo es hermoso, tiene migajas del pasado regados por todas las paredes, hasta los baños tienen escrita su historia. Parezco un niño que visita por primera vez un museo o algo parecido. Me siento en una mesa solo, por que los personajes que me invitaron tienen cosas que hacer, y yo aprovecho para deleitarme como extranjero con algo nuevo. Las mujeres rondan de aquí para allá, en esta enorme casa, y solo puedo enviar miradas insinuadoras, ya que no soy muy buen galán.
Comienza a llegar gente que nunca espere volver a ver, y disfruto de la buena compañía, de la cortesía de muchos tragos ofrecidos. Uno de los tantos personajes que ya compartían mesa conmigo, por ser un extraño silencioso, además de un invitado, me convida a dar una vuelta por el centro de Medellín, quiero romper con el miedo y acepto la propuesta. Recorremos seis cuadras exactamente, entre desechables, olores a marihuana y smoke, llegamos a un parque que es llamado el periodista, allí nos sentamos a intercambiar palabras, hablamos de drogas, de mujeres, de poesía, de teatro y de planes futuros. Ya doy cuenta de cuan larga fue la conversación. Nos tomamos unas cuantas cervezas y se arrima un tipo con un rostro bastante peculiar –a mil quinientos el porro- mi compañero de viaje, que parecía ser mas bien mi guía, respondió con un tono bastante seguro –déme cuatro-el hombre clandestino se va y regresa con la droga. Mi amigo comienza fumar a botar y botar bocanadas de humo natural, me pasa la hierba de la madre que pisamos a diario y fundo en un lugar poco usual para mis sentidos, me empiezo a transformar en un ser mucho mas atento, las miradas de todos los presentes en ese parque casi no importan, los olores ya parecen agradarme y las palabras de mi guía las siento más amigables, más intimas. En ese estado decidimos devolvernos, seis cuadras, seis cruces, seis posibles muertes, seis segundos, seis pensamientos, mas de seis emociones, me agito. Estamos de nuevo en las puertas del teatro.
Al entrar vemos a unos viejos con vestidos blancos, con sombreros colombianos y con instrumentos al hombro. Había una mesa grandísima dispuesta para los invitados, que eran recién llegados. Eran hombres viejos con caras de sabios, con una piel arrugada que formaba montones de bocas que hablaban del pasado.
Mientras yo los observaba con curiosidad de bebe, alguien me toco el hombro, era mi anfitrión, me invito a muchos tragos de aguardiente y me llevo a conocer el resto de su templo de creación, empezamos a recorrer los laberinto que se escondía tras bambalinas, yo debía sostenerme de las paredes para no perderme ninguno de los detalles que encontraba, por que parecía que cada uno de ellos me tragaba. Nos sentamos en una terraza, a la cual llaman el aeropuerto, seguramente allí a través del paisaje nocturno de Medellín, más de uno termina en tejados ajenos, y sobrevolando callejuelas para encontrar algo, que explique el caos y el aceleramiento de esta pequeña metrópolis Antioqueña. Fundo mas conciencia, y más agudos, y más certeros se vuelven mis sentidos. Vamos de nuevo a la planta baja, nos sentamos fumamos mas cigarrillo, tomamos mas licor y... de una manera sorpresiva, aquellos viejos comienzan a tocar. Todos los que estábamos allí nos pusimos de pie, se nos iluminaron los ojos, la sonrisa nos dio tres vueltas por todo el cuerpo, como una corona de hombres felices.
Mis lagrimas saltaron de mis ojos, de inmediato las seque, estaba extasiado, todo mi cuerpo se unía a la armoniosa música de antaño, nos hacían renacer, nos enviaban de regreso a el pasado, con nuestros ancestros, todo a través de la música, de un sonido puro y real. Gaitas, tambores, maracas y la vos de un sabio, que narraba hermosas historias. Nos sentíamos vivos, nos mirábamos, y luego, como por un acto de magia nos abrazábamos. Estábamos hechizados, estábamos en trance, estábamos en ritual de existencia. Y yo volaba complacido. Creo que no alcanzo a describir tantas cosas que sentí, me queda corta la palabra. Duramos horas en ese estado, en ese sueño que ninguno quería que terminara.
Finalizo la noche. Partieron los viejos y llego el amanecer, fuimos a casa de mi anfitrión a fumar unos ricos cigarrillos cubanos y ha conversar. Hora de descansar, hora de reposar y repasar todas estas cosas. Dormimos.
Día Cuatro
Me levanto después de dormir tan solo tres horas, y recuerdo mi compromiso de viaje con mi hermano. Me despido de mis anfitriones y de los nuevos amigos, les agradezco tanta belleza. Comienzo entusiasmado un nuevo día en el centro de Medellín, otra vez el ataúd, otra vez caras largas en las calles, otra vez espíritus errantes y llego a girardota. Un baño, un bocado de comida y arranco con mi hermano conversación de mi noche, lo canso un poco de toda mi narración. Llegamos a otro concierto, allí escuchamos música para el baile y el cortejo. La autoridad interrumpe todos los instantes y este no era diferente. Vemos muy asustados como en pleno disfrute, la autoridad golpea a un joven que participa de esta tarde y gritamos como pueblo unido – ¡Hijueputas, Hijueputas, Hijueputas!- me recorrió un escalofrió de ver como la tragedia y la injusticia podría unir a un montón de desconocidos. Termina el caos y sigue la fiesta de la música en los movimientos de los asistentes. Regresamos mi hermano y yo tras celebrar nuestro lazo familiar en esa tarde. Estamos en girardota, él aun con el ánimo y la ansiedad de continuar la fiesta, y yo, ya agotado, casi como un viejo aguafiestas. Le digo adiós a la noche que llega, y me entrego a la reflexión de todos estos días, en mi cama, en mi papel y en mis sueños. Duermo, descanso, me aliviano y completo el final de estos cuatro días.
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