viernes, 26 de septiembre de 2008

Juanote


Giovanni Bragolin alias Bruno Amadio


-Tienes cinco minutos para relajarte-. Le dice la enfermera a Juan Jose, un precioso niño, a quien yo acompaño en la sala de observación de un hospital del centro de Medellín. Juan Jose como buen niño y con la avidez que lo caracteriza, finge frente a la enfermera, se relaja, me dice que esta tranquilo, le creo, igual que la enfermera caigo en su engaño.
Quince minutos después llegan tres enfermeras vestidas de blanco. Es de esas cosas que detesto de un lugar que para mi hule a cementerio y a medicinas rancias, todo es de ese color blanco brillante, como si este lugar estuviera libre de manchas, aquí habitan virus, cuerpos manchados y en proceso de descomposición, y les venden a los enfermos la esperanza en todas las paredes. Las tres mujeres traen una bandeja plateada, con agujas, algodón, y un resorte. Van a extraerle sangre de su antebrazo derecho, que indicara los métodos para tratar su dolencia.
Juanote como le llamo de cariño, comienza a estresarse, su madre ya había advertido del temor que el niño tiene a las agujas. Él cambia radicalmente cuando ve llegar esos objetos puntiagudos. Es necesario sostenerlo entre cinco personas, tres enfermeras, su madre y yo. La fuerza que cobra todo su cuerpo es descomunal, es una pequeña flor que saca sus espinas para protegerse, quien lo creyera, que aún enfermo tenga tanta vitalidad. Mí asombro es evidente entre todos los que esa noche estaban presentes. El niño comienza a sacudirse, su organismo se torna rojo de furia, de sus ojos caen unas lagrimas, son gotas cargadas de miedo. Logramos agarrarlo y la aguja penetra la piel, pero llega un percance, no encuentran la vena, entonces comienzan a recorrer los adentros del antebrazo, tratando de extraer esa pintura roja que transita en su cuerpo. Encuentran por fin la manguerita que se escondía bajo el rojo intenso, y sale un pequeño chorro que llena un frasco. Juanote grita sin cesar - ¡sáquenme eso, eso no es mió, sáquenlo!-. Su frente esta sudorosa. La aguja sale de su delicado tejido, dejando un punto rojo y morado en su rededor.
El pobre Juanote se desploma al instante que lo soltamos. Yo salgo a fumarme un cigarrillo y cuando regreso él duerme. Me siento a su lado, son las diez de la noche y me dedico en principio a leer, rato después a observarlo. Su cabello es rubio y brillante, orejas diminutas y piel delicada. Esta flor que apenas da un vistazo al mundo, y lo mejor que puede reconocer de su vida, son los días en el hospital, y las pocas clases que recibió en su colegio. Se nota el apego a su familia, su madre y su padre. Su papá es un militar de alto rango que pocas veces ve, pero que ama enormemente, no importa las pocas veces que se ven. El amor esta siempre presente hasta en la distancia.
Aún no se sabe, si su cuerpo será invadido por elementos quirúrgicos y mentes brillantes.
Pasaran los años, los días, y él no recordara, esta noche, olvidara su sangre, esa que yace en un laboratorio, en alguna parte de este inmenso edificio, olvidara que microscópicas partículas, que minúsculos universos suyos lo abandonaron. Reacordará en algún sueño futuro este suceso, pero no le cambiara nada. Ahí queda el espacio vació y la despedida de todo su organismo, de toda su corporación, de toda su entidad. Es un adiós a partes de su vida.

2 comentarios:

Djuna dijo...

PUENTES EN EQUILIBRIO
Oprimen el botón que esta en off. Tan fuerte es la desesperación que supera la energía de los rayos catódicos, a pesar de que su mirada atraviese alegrías momentáneas. Sus memorias se instalan adelante y atrás para que al dar tres pasos el acontecimiento anterior rompa las venas del cuello.
Atormenta la idea de tener un instinto aprisionado entre las vertebras.
Quizá una sonrisa se despierte en el interior del cuerpo, una sonrisa en reversa.

Anónimo dijo...

Il semble que vous soyez un expert dans ce domaine, vos remarques sont tres interessantes, merci.

- Daniel